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10 diciembre 2023

El edificio del Secretariado de la ONU, un hito de la arquitectura moderna, en construcción.

Por Fernando Saidiza, con la colaboración de Humberto Rodriguez.

 

A lo largo de la historia hemos construido un mundo simbólico (el derecho) que contribuye a regular los deseos humanos de poseer cosas, pasión generadora de codicias y ambiciones personales. La gran historia de la humanidad es la lucha por el derecho que nos conduce por el camino de la « verdadera razón », nuestra « segunda naturaleza » (la primera son las diversas pasiones). La fascinante idea que concilia ambas naturalezas es la justicia. El vehículo al que tenemos acceso para implementarla es la ley. De allí que, en los Estados modernos, el poder quede sometido a la ley.

 

La Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH) nos recuerda que la justicia es un proyecto común de la humanidad, surge de la interacción social.

 

Proyecto que sólo es posible a través del derecho, pues es allí donde confluyen los fines e intereses de todos los seres humanos. 

 

En la DUDH se consolida una monumental creación de la inteligencia colectiva humana: los derechos subjetivos. No obstante, estos derechos están siempre amenazados por el deseo incontenible de poseer cosas y de considerar a los semejantes como inferiores, lo que ha conducido a la humanidad a sus peores momentos de horror como aquel del nazismo. Precisamente, para que los más vulnerables puedan protegerse de los abusos de los poderosos es que puede utilizarse el derecho como contrapoder simbólico. Para utilizar expresiones que están al uso: los derechos empoderan, dan poder a las personas. Sin embargo, no son una fuerza real, sino simbólica que dependen de la voluntad de otros ciudadanos de reconocerlos.  

 

La idea pretendida de universalidad, inalienabilidad, indivisibilidad y reciprocidad de los derechos humanos se mantiene vigente sólo sí comprendemos que hacen parte de un esfuerzo cooperativo conjunto.

 

El derecho al ser simbólico requiere de la voluntad de los ciudadanos del mundo para mantener los derechos, especialmente, de aquellos que están sometidos a poderes arbitrarios amparados en la fuerza de las armas. La precariedad del derecho como contrapoder simbólico nos hace permanecer en vilo, por lo que se requiere reforzar una y otra vez la estructura salvadora: la justicia y su vehículo de acción la ley. Es por esto por lo que la DUDH debe ser actualizada como la « verdadera razón » que consolide la justicia en el mundo. 

 

Para que la misión de la justicia se consolide en el mundo, no sólo debe dársele un nuevo impulso a la DUDH, sino a instituciones como la Corte Penal Internacional. Más aún, a su principio de acción basado en la complementariedad con los sistemas penales de los Estados. Esto, no sólo para mejorar los mecanismos de investigación, judicialización y sanción de los responsables de los crímenes más atroces, sino para establecer un conocimiento común que le posibilite a la humanidad contener el impulso a la violencia. Pero ¿cómo hacerlo?

 

Es esta sin duda la pregunta que se nos impone en momentos de proliferación de guerras, contracciones económicas, desprecio por los sistemas internacionales de derechos humanos, declive del Estado de derecho y resurgimiento de corrientes anti ilustradas y anti derechos. Soluciones mágicas e inmediatas no se tienen a la mano, pero quizás sea importante recordar la certera frase de Clifford Geertz, reconocido antropólogo, según la cual « los problemas son universales, pero las soluciones son locales ». Desde esta perspectiva, Abogados sin fronteras Canadá a través de su programación en diferentes países del mundo desea aportar a esas soluciones locales que redunden en el afrontamiento de los problemas universales.

 

*Fernando Saidiza es asesor jurídico y Humberto Rodriguez es asesor de comunicación, ambos forman parte del equipo de Abogados sin fronteras Canadá en Colombia.